Siempre me había preguntado si las historias que mi padre contaban tenían algún sentido, o si esos viajes que había hecho por el mundo conociendo culturas valían la pena ser leídos por alguien, es por eso que decidí no seguir sus pasos, pero si intentar contarlos.
Tome un vuelo a París, en algún momento de la historia cuna del renacentismo, y por un momento sentí que entendía para que existía, mientras caminaba por las calles inició una fuerte lluvia, y un ciclista choco conmigo quede totalmente empapado y mis libros y mis apuntes más empapados que yo, pensé como en pleno siglo XXXII alguien usará una bicicleta, lo vi como uno de esos seres arcaicos de esos de las historias del abuelo bajo la chimenea.
Eso por un momento me deprimió, luego me reí mucho ya que pensé quien en pleno sigo XXXII hace apuntes en papel aún, entré en una cafetería y enfrente la imponente torre Eiffel icono de París y de la ciudad de las luces, mientras tomaba un café para bajar el frío en mi interior, miré a la calle y la vi a ella, llena de luz, llena de vida, feliz, no solo disfrutando de la lluvia, algo que para mi rallaba lo surrealista, sino que vi que ella consigo llevaba libros. Libros que de alguna forma representaban lo que andaba buscando, vestigios de historias no contadas, alguien quien entendiera mi lenguaje.
Solo la pude ver fijamente, ella entre ciento de personas, personas con historias propias, pero las personas no importaban, ella era la chica de la pila de libros, disfrutando, viviendo, sintiendo. Claro esta, no tuve el valor de entonar ninguna palabra, había quedado perplejo de su belleza, pues radiaba felicidad.
Eso me motivo a pensar en que quizás la belleza de las historias no están en su contenido, esta en quienes las inspiran y ella estaba en mi mente, día a día, siendo pensada de una forma atípica. Algo que no solo creo un interés particular en mi, sino que hizo que como escritor encontrará la chispa para narrar historias, no solo las de mi padre, historias cotidianas que inspiren a los demás.
Y en París en un café bajo la lluvia concluyo en que eso es la literatura, mundos nuevos, mundos que deben ser descubiertos por intrépidos lectores, que cautiven y que inspiren. Dudo que la vuelva a ver, pero la atesoraré en mi mente como un bello momento en medio de toda esta convulsión a la que llamamos vida.
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